No apto para nostálgicos

No apto para nostálgicos

Aquella era la Barcelona de los setenta: la del olor a café molido, la del pan de la Montserratina del carrer Comtal, la de la charcutería Fondevila, donde te cortaban el jamón al milímetro y te regalaban una loncha “para el nene”, la de la librería Canuda, un laberinto donde el polvo tenía más memo...

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